El puertaterrense Aniceto Torres Colón es uno de los mejores ejemplos de verdadera superación, sobre todo en una época en la que no se contaba ni remotamente con los beneficios que existen en la actualidad. Nació en Arecibo, el 25 de abril de 1910 .
Fueron sus padres don Jesús Torres Silva, jornalero de la caña, y doña Lucía Colón, ama de casa.
Creció en el barrio Islote junto a su madrastra, Juana Rosado Campos, su hermano Pablo Torres y sus hermanastros Inocencia, Jesús, Manuel
Rosado y Primitivo Torres Bermúdez. En 1938 Aniceto Torres se inscribió en los cursos nocturnos y sabatinos gratuitos ofrecidos en la escuela Dr. José Celso Barbosa. Obtuvo un diploma de octavo grado y luego un certificado de cuarto año de escuela superior expedido por el Director del Negociado de Adultos del Departamento de Instrucción. Aprendió por cuenta propia a dibujar y pintar observando los trabajos que realizaba el pintor Juan Rosado en su taller de rótulos, Rosado Art Sign Shop. Allí conoció a Rafael Tufiño y Antonio Maldonado con los cuales entabló una sincera amistad. Se interesó entonces por la música y le pidió a Jessica Leavitt, tía de Raphy Leavitt, quien trabajaba en la escuela Martin G. Brumbaugh y tocaba piano, que le enseñara a leer los signos musicales en una partitura. En 1936, con su afán de aprender y deseo de ilustrarse aprovechó los cursillos gratuitos del Instituto de Enseñanza Libre ofrecidos en el Ateneo Puertorriqueño. Asistió a los cursos de Inglés Conversacional, Francés Elemental, Apreciación Musical y
el curso de Derecho Industrial y Legislación del Trabajo en Puerto Rico.
Allí conoció a Bolívar Pagán, quien lo invitó a las reuniones
que se llevaban a cabo en la Sección Socialista Núm. 2 de Puerta de
Tierra, del Comité Socialista de San Juan. Para entonces Puerta de Tierra ocupaba un lugar muy importante en el desarrollo del movimiento obrero puertorriqueño.
En el 1940 contrajo nupcias en la Parroquia San Agustín con la Srta. Polonia Rivera, natural de Puerta de Tierra, San Juan. El matrimonio se domicilió en un apartamento alquilado en la calle San Agustín de este barrio. De esta unión nacieron cuatro hijos, dos varones y dos hembras: Juan (Johnny), Jesús (murió de malaria a los 25 días de nacido), Elena y Sandra. Aniceto logró obtener su título de técnico en electrónica avanzada a través de la escuela por correspondencia Hemphill Schools, de
California y, aunque continuó trabajando en la West India Oil Co., montó su taller para reparaciones de toda clase de artículos electrónicos en la sala del apartamento donde residía la familia, en el 3er. piso del edificio 355 en la calle San Agustín de Puerta de Tierra. En las primeras fiestas de cruz que el Sr. Miró celebraba en un solar baldío situado en la parada 7 , el Sr. Luis M. Gallardo diseñaba y construía la tarima y un escenario al aire libre, mientras la instalación eléctrica de las luminarias y equipo de audio corrían por parte de un técnico de electrónica apodado Tinito y Aniceto.
Aunque su cabello era lacio y su tez blanca, sin embargo el rostro de Aniceto mostraba rasgos de una ascendencia indígena. De temperamento apacible y trato amable, en ocasiones se enfurecía si algo no le salía como lo esperaba y "no dejaba un santo que no bajara del cielo". Estricto consigo mismo y riguroso con la disciplina en el hogar, pero sin olvidar demostrar cariño y amor a su esposa y sus hijos. A éstos los estimulaba a pensar por sí mismos, ayudándolos a desarrollar confianza y disciplina interior. Para el Día de Reyes confeccionaba sus propios juguetes para su hijo e hijas. Todos los años los Tres Reyes traían un arco taíno con sus flechas, una flauta de cáñamo, muñecas de un raro barro blanco horneado, con sus trajecitos. Con piezas de descartados velocípedos, bicicletas, trineos, patines, etc., Aniceto emsamblaba unos curiosos carritos que eran la envidia de los niños de padres más pudientes que habían recibido juguetes más caros. Y cada solsticio de verano llevaba a su hijo Juan, de visita a un lugar en Arecibo donde una vez existió un batey ceremonial indígena. Soplaba y hacía sonar un caracol carrucho y pedía a su hijo que lo imitara y fueran ambos uno con la naturaleza que los rodeaba.
Una de las hijas de Aniceto, Elena , recordaba que además de aprender mucho por medio de los libros y los estudios, su papá también recibió influencia en sus acciones y decisiones de manera directa por parte de personas a las que conoció a través del tiempo. Por ejemplo, a Aniceto le gustaba componer décimas jíbaras, y en una ocasión se presentó al programa Tarima del Arte de Rafael Quiñones Vidal para ganarse la famosa "pesetita voladora". Pero el cuarto de control y el transmisor llamaron tanto la atención de su mente inventiva y científica que Aniceto perdió su turno ante el micrófono. En ese momento el operador, notando su gran interés y habilidad, lo convenció de convertirse en un "KP4" (radio operador aficionado), y desde entonces Aniceto se envolvió en el pasatiempo de construir radiotrasmisores, receptores multibanda y antenas. Luego surgirían más creaciones e inventos que no agradaban del todo a su esposa y suegra. Por tal motivo ésta última, Victoria Carmona, solía comentar que Aniceto sería "aprendiz de todo y maestro de nada". Con la ayuda de su
vecino Carlos Martínez, quien era contable y se convirtió en su tutor,
Aniceto comenzó a estudiar y prepararse para las pruebas de admisión de
la Universidad de Puerto Rico. Su supervisor inmediato en la West India Oil Co. (P.R.), el señor Sergio Quijano,
lo recomendó para un merecido ascenso. Los directivos de la compañía quedaron impresionados al conocer
su desempeño y ejecutorias. Le concedieron el ascenso y procedieron a gestionar una beca para que
Aniceto pudiera costearse sus estudios si lograba ingresar al recinto
universitario riopiedrense.
De Aniceto Torres Colón sólo quedó la foto que acompaña esta biografía, y su recuerdo en aquéllos que lo conocieron. Pero su brillante inteligencia, su perseverancia ante todo obstáculo, sus inquietudes intelectuales, su disposición hacia el trabajo, su sencillez, y el buen ejemplo que inculcó a sus hijos, por siempre permanecerán en el barrio como símbolo de que nada es imposible, aún para los más humildes.
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