Cuentos y Anécdotas

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Soy drogadicto y decente

Por Rosa Rodríguez Meléndez

Los pueblos pequeños son muy peculiares. Lo que se dice o se hace en un extremo, en el otro se sabe. Hay prototipos, grupos, ganguitas, y también, una muy marcada división social.

En mi pueblo, por ejemplo; hasta los drogadictos demandan paz y tranquilidad para disfrutar su embolle. No hace mucho tiempo, pasé por una esquina, y leí, escrito en la pared de un negocio: "Necesitamos paz, los drogadictos somos gente decente".

Así, de momento, no pude hacer nada más que echarme a reír, pero luego me puse a pensar... ¡Claro, es verdad! Ellos también son gente decente. Si así se sienten, es porque así son. Sin embargo, debemos pensar, que este es un mal terrible que aqueja a nuestra sociedad. Los que no lo son, desgraciadamente no piensan así. La mayoría de las personas, a este grupo, le llaman drogos malos. Los drogadictos, por su parte, se consideran gente decente, es su opinión personal, y hay que respetarla, tanto como a ellos.

Muchas cosas pasan en Puerto Rico y en el mundo entero antes de que un joven llegue a convertirse en drogadicto.

Carlos era un muchacho muy bueno y responsable. Quería mucho a sus padres. Junto a su hermana Susana formaba una familia preciosa. Contaba apenas doce años, cuando su padre, que también era un hombre bueno, sin aparente motivo, comenzó a ausentarse del hogar. Una noche, mientras él dormía, se despertó al escuchar una fuerte discusión entre sus padres. Sin atreverse siquiera a mover una mano concentró su oído. Era tan raro oír este tipo de discusión en su casa. — "Sólo quiero que me digas dónde has estado todos estos días", -dice Ana.
— "¡Qué importa dónde he estado!" contesta Manuel malhumorado. "Lo que deseo es que me dejes en paz. ¿No te basta con que te traiga dinero para los gastos del hogar? ¿Es que acaso no estás conforme con que trabaje todo el tiempo? ¡Eso es lo que hago, trabajar! ¿oíste?, y ahora, ¡déjame, quiero dormir!"
— "¡No, no me basta! Antes hacías el mismo trabajo y llegabas a casa temprano y siempre."
— "¡Pues ahora, no! ¡Así de sencillo! ¡No puedo venir todos los días! ¡No puedo llegar temprano! ¡Estoy muy ocupado!"
— "¡Eso no explica nada!"
— "¡Allá tú, piensa lo que quieras! ¡Hasta mañana!"
Carlos no podía creer lo que había oído... ¡Sus padres
peleando! Eso era algo muy raro para él... Una amarga tristeza
comienza a lastimar su corazón...

A la mañana siguiente se levanta para ir a la escuela.
Su madre estaba muy tranquila preparando el desayuno.
— "Buenos días, mamá".
— "Buenos días, hijo".
— "¿Y papá, se levanto ya?"
— "Sí, hijo, tu papá se fue muy temprano al trabajo. Está muy atareado."
Carlos no comenta nada. Piensa, ya mi madre ha comenzado a mentirme, ella nunca lo ha hecho. Algo grave debe estar pasando. Y la discusión que tenía anoche con mi papá, pasa algo terrible. Lo siento aquí en mi mente y en mi corazón.
— "Susana, Carlos, el desayuno está listo. Se les hace tarde para ir a la escuela".
Los niños toman su desayuno. Mamá los lleva a la escuela.
— "Hasta la tarde, hijos".
— "Hasta la tarde mamá. ¡Cuídate mucho!" -contestan los niños.

Pasan días, semanas y meses, la situación en el hogar continua de mal en peor.

Carlos está muy lastimado por lo que sucede. Comienza a sentirse solo, triste y amargado. Un día, su madre lo llevó a la escuela. Susana se fue al salón de clases, pero él se quedó en el patio. Dio varias vueltas y cuando se quedó solo, se escurrió por detrás de la escuela. Se sentó en una piedra y comenzó a llorar, estaba destruido. No alcanzaba a explicarse lo que sucedía. Como es común en estas situaciones, siempre hay alguien que quiere averiguar lo que pasa. Se le acercó Juan, un compañero de escuela, y le preguntó:
— "¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras, Carlos?"
— "Nada Juan, simplemente tengo deseos de llorar."
— "¿No será que estás llorando por lo que dicen de tu papá?"
— "¿Qué es lo que dicen de mi papá?"
— "Pues la vecina le dijo a mi mamá que tu papá era un bichote, que a cuenta de eso era que los mantenía a ustedes, y que además, por eso era que tenía un carro muy caro y muchos lujos en la casa."
— "y... ¿qué es eso de un bichóte?"
— "¿Que tú no lo sabes? No estás en nada. Mira, un bichote es el tipo que le trae droga a la gente para que la vendan. Es mafia. Así es que pueden tener tanto dinero, aunque no trabajen. Esos tipos pudren a la gente en el vicio y le hacen mucho daño al que le compra la droga."
— "Pero, no, no. Mi papá no hace eso. Mi papá es un hombre bueno, él trabaja mucho. Eso es mentira."
— "Sí, porque eso para él es un trabajo como otro cualquiera. Tú no te has fijado que tu papá tiene como diez cadenas en el cuello, además no le caben las sortijas y las prendas de oro que lleva en la mano."
— "No, no me he fijado ni me quiero fijar. Mi papá es un hombre bueno, mi papá no es lo que tú dices."

Carlos lloró sin consolación. Se fue de la escuela y estuvo deambulando todo el día por el pueblo. Cerca ya la hora de llegar su mamá a recogerlo, regresó y se paró junto al portón. Llegó su mamá, se subieron al auto y se fueron a la casa. Cuando llegaron, él preguntó: _ "¿Mamá por qué papá compró otro carro nuevo?"
—" El no lo compró, hijo. Ese carro es de la compañía donde él trabaja. ¿Por qué me preguntas?" _ "Por nada. Bueno, porque el otro carro está nuevo todavía y él no lo usa."
— "Así es mejor, porque si la Compañía le provee auto para su uso, el de nosotros se conserva en mejores condiciones."
Carlos pensó, mami me está mintiendo de nuevo. ¿Por qué me mentirá? Si le pregunto lo de las cadenas, las prendas y lo del bichote, también me mentirá y se enojará mucho conmigo.

Sigue pasando el tiempo y Carlos sigue viendo cosas raras en su hogar. Papá no vino hoy a la casa... Cuando llega mamá le pelea... Papá dejó un enorme paquete de billetes en la gaveta... Su mente estaba repleta de situaciones desagradables. Para colmo de todos sus males, un día, cuando llegó a la escuela, Juan lo estaba esperando con un periódico en la mano.
— "Mira, Carlos, ¿conoces a este señor que está en primera plana? Lo cogieron con un cargamento de drogas en su auto." Carlos cogió el periódico y para su sorpresa, lo que encontró fue el retrato de su padre.
— "¡No, Dios mío! ¡No puede ser, no!"
Sale corriendo y llorando de la escuela. Llega a su casa. Su mamá está muy nerviosa; hay algunos vecinos y familiares.
— "¡Mira mamá! ¡Mira ese periódico! ¡Este es mi papá!"
— "Hijo, eso es una equivocación. Tu papá no ha hecho nada de lo que dice ese periódico. Eso es un error."
Otra mentira. Carlos se sentía como si lo quisieran ahogar apretándole la garganta. Lloró. En su mente, tan tierna aún, había demasiada confusión.

Al otro día, al llegar a la escuela, todos comentaban la tan sonada noticia. Se burlaban de él. Siguieron los comentarios, las mentiras, los secretos.
Carlos dejó de ir a la escuela. Se sentía enfermo, triste, abochornado.
Aquí no termina todo. La mamá de Carlos hizo arreglos y sacó a su esposo de la cárcel. Cuando él llegó a la casa, todo era un mar de lágrimas. Carlos se acercó a su papá, y lleno de miedo, le preguntó:
— "Papi, ¿fue verdad que te llevaron a la cárcel por ser un bichote?"
— "¿Qué significa esa palabra? ¿Quién te dijo eso?"
— "Un nene de la escuela me lo dijo, y me dijo también, que eso era mafia."
— "Eso no es cierto. Lo del periódico es un error. No quiero volver a escuchar esa palabra. ¿Entendido?"

Carlos ya no sabía qué pensar. Todos le mentían..., pero y su amigo, ¿le estaría mintiendo también? ¡Todo era tan difícil! El era sólo un niño, no tenía malicia, no podía entender las cosas, pero sabía que algo muy malo estaba pasando. Aquí su vida dio un giro total. No quería ir a la escuela, se encerraba en su cuarto, no hablaba mucho, estaba traumatizado. Su madre, muy preocupada, echó mano del dinero de su esposo y llevó al niño a un sicólogo. En la consulta con Carlos, salieron a relucir muchas cosas que tenía guardadas en su interior. Volvió a la escuela, pero siguió mal. Siguen los tratamientos, pero también los problemas. Ya en el hogar no había paz. Su padre había perdido el trabajo real que tenía en una farmacéutica, tampoco podía salir a su negocio en la mafia. No tenían con qué comprar alimento. Sus padres peleaban a diario. La madre se fue a trabajar. Con lo poco que ganaba llevaba el sostén a la familia, pero de repente, surgió una nueva modalidad. Su esposo necesitaba ingerir alcohol hasta emborracharse. Esto llega al colmo, al desastre. Tras varios tratamientos con el sicólogo, la madre decide retirar a Carlos de los mismos porque ya no contaba con recursos para pagarlos.

El niño continuó yendo a la escuela. Muchos de sus compañeros se mofaban de él. Ya no vestía tan bien como antes ni usaba calzado de marca.

Así fue como un día, se le acercó un muchacho, que se ofreció a ayudarlo y mostró cariño e interés por él. Le acompañaba durante largas horas. Le hablaba de cosas buenas, de la importancia de estudiar, de religión; en fin, le hacía sentirse confortado y hasta feliz. El joven pasaba mucho tiempo aconsejándolo y guiándolo por el buen camino.

Un día, cuando ya Carlos se sentía más tranquilo y confiado en su mejor amigo, ya casi se había olvidado de sus problemas, el joven no apareció a hacerle compañía. Esto bastó para que su ánimo decayera. La tristeza, el dolor y la amargura se apoderaron de él nuevamente. Llegó la desesperación. No sentía deseos de volver a su casa, donde no había paz y se sentía asfixiado. Pasó así algún tiempo hasta que... un día, para su sorpresa, vuelve su amigo.
— "¡Hola, Carlos! ¿Cómo estás?"
— "Estoy mal. Solo. No sé qué hacer."
— "Pero Carlos, aquí estoy de nuevo. Ya no estás solo. Mira, vamos a dar una vuelta para que te tranquilices."
Se fueron a caminar. Su amigo seguía hablándole y aconsejándole como de costumbre. Cuando se hallaban en un lugar bastante solitario le dijo:
— "Mira, Carlos, lo que tengo aquí. Le mostró una sustancia blanquísima. Esto es lo mejor que puede existir para ayudar a uno a sentirse bien y a olvidarse de todos los problemas."
— "Pero, ¿qué es eso?"
— "Ya te dije, con ésto te olvidarás de todo lo desagradable... y te lo digo yo, que soy tu amigo. Confía en mí. Anda, pruébalo y verás."
— "Pero, ¿cómo lo tomo?"
— "No tienes que tomarlo."
— "¿Entonces?"
— "Solamente tienes que olerlo fuerte, y ya."
— "¿Solamente eso?"
— "¡Claro, es fácil, y te ayudará"
Carlos prueba aquello, que no era tan agradable como le había dicho su amigo. Qué sensación amarga quedó en su paladar, pero de repente, comenzó a sentirse bien, luego... muy bien.

A partir de ese día , su amigo era inseparable. Le regaló el medicamento varias veces. Un día le dijo:
— "Carlos, ese medicamento que yo te traigo cuesta mucho dinero. Tú sabes que yo también soy pobre . Ya no te puedo regalar nada más. Anda a ver cómo te consigues un par de pesos para yo comprártelo."

Carlos se las ingenió de muchas formas para conseguir dinero. Si era preciso, se quedaba sin almorzar, pero su medicamento no le podía faltar.
Los padres, envueltos en sus propios problemas, no se habían percatado de la situación por la cual estaba atravesando su hijo. El muchacho, por su parte, aparentaba estar funcionando bien.

Un día se encontraba desesperado, necesitaba el medicamento, no tenía dinero. ¿Cómo conseguirlo? Estaba en su cuarto pensando qué hacer cuando su mamá lo llamó. Se sobresaltó. Casi llegó a creer que le había adivinado sus pensamientos. No importa, le pediré dinero a mi mamá y le explicaré que es para comprar ese medicamento que tanto me ha ayudado. Ella no me lo va a negar porque ella desea que yo esté bien y me sienta feliz.
— "Carlos, abre por favor:" -repitió la madre.
— "Si mamá, ya voy."
Al abrir la puerta, ve que su madre tiene un billete de diez dólares en la mano. Le pediré el dinero, pensó, pero no tuvo tiempo para hacerlo.
— "Hijo, ve al supermercado. Compra leche y pan para el desayuno de mañana."
— "Bien mamá, voy enseguida."
Tomó el dinero, salió a toda prisa. Corrió, fue a casa de su amigo. No estaba. De regreso lo encuentra en la esquina. Va hacia él.
— "Necesito el medicamento ahora."
— "No tengo dinero, Carlos. Lo siento, tendrás que aguantarte un poco más."
— "Mira, yo tengo diez dólares de mi mamá. ¿Cuánto necesitas? Yo los uso y luego le explico a ella en qué los gasté."
— "Dame cinco dólares. Pero, ¿qué le vas a decir a tu mamá?"
— "Nada, que ya conseguí la medicina para mis problemas y necesito dinero para comprarla."
— "No, eso no. Si dices eso, yo no vuelvo jamás a comprarte el medicamento."
— "¿Porqué?"
— "Porque yo no soy médico y ella se va a enojar."
— "Está bien, no diré nada, o le diré una mentira. Total, ella me ha mentido mil veces sin yo saber la razón."
Le dio el dinero a su amigo, y luego, cuando regresó a su casa, convenció a su mamá de que se le había perdido.

A partir de ese día, una serie de sucesos raros ocurrían en el hogar. Pérdida de dinero, desaparición de objetos de valor, desaparición de prendas y joyas. Para colmo, el muchacho comienza a desaparecer del hogar a menudo y a regresar a altas horas de la noche.

A esta altura, fue que la madre, comenzó a sospechar que su hijo andaba en problemas y muy peligrosos. Trató de confrontarlo, le habló, le preguntó, le aconsejó. Nada dio resultado. El daño estaba hecho y era irremediable.

En esas desapariciones del hogar, Carlos iba a reunirse con su amigo y con otros que estaban en su misma situación. Ahí, cada cual se desenmascaraba frente al grupo, y como parte de éste, entendía y reconocía que había caído en la drogadicción. Ya no había remedio. Así se sentía muy bien.

Lo que sucede luego, lo estamos viviendo en este momento. Ya no es un solo Carlos. Se han multiplicado por miles. Han llenado las calles de pueblos y ciudades. Hacen fechorías que no se pueden contar, tienen un comportamiento que está fuera de todo lo concebible, pero ante todo, son seres humanos que han sido dejados en el más desolador abandono; a merced de la injusticia y la falta de consideración. Son infelices, fruto de lo que la sociedad ha sembrado, y que nosotros, consciente o inconscientemente, hemos estado fertilizando. No nos hemos detenido a pensar. Carlos puede ser tu propio hijo, tu hermano, tu sobrino o tal vez, tú mismo.

Recordemos también, que a pesar del mal comportamiento de estos seres humanos, merecen una oportunidad en la vida, y esa oportunidad, debemos ofrecérsela nosotros; porque aunque no lo reconozcamos ni lo aceptemos , hemos sido colaboradores para propiciar esta situación. No olvidemos nunca, que, a pesar de todo, "los drogadictos también son gente decente".

FIN

Tomado del libro:
Sálvese quien Pueda
1992