Cuentos y Anécdotas

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Cuentos de la abuela

Las Siete Marías de Peña Pará
Johnny Torres Rivera

En los comienzos de la colonización española los negros esclavos continuaron practicando su religión africana. Los monjes católicos hicieron todo lo posible por erradicar las creencias paganas y evangelizarlos. Para poder adorar a sus divinidades sin levantar sospechas, y como notaron que los católicos se arrodillaban, encendían velas y elevaban plegarias ante imágenes de santos, decidieron de forma secreta intercambiar los nombres de los santos y santas cristianos por los de sus dioses. 

Y sucedió que en Puerta de Tierra durante un huracán, los esclavos negros aterrorizados adoraron abiertamente a sus dioses, por lo cual fueron cruelmente castigados después que pasó la tempestad. Un grupo continuó desafiando las órdenes eclesiásticas y junto a su líder llegaban hasta la orilla de la playa Peña Parada, mejor conocida como Peña Pará entre los lugareños de Puerta de Tierra, para ofrecer ofrendas a Olokún, oricha del mar. El caudillo fue apresado y entonces sus tres hermanas celebraron un rito en el mismo lugar, clamando por la ayuda de Oggún, oricha de las cárceles. Fueron también aprehendidas y llevadas ante el sacerdote católico inquisidor, que ordenó fueran flageladas y vestidas con sambenitos, unas batas con el emblema de una cruz en forma de equis color carmesí que las identificaría publicamente como apóstatas, hasta que confesaran sus pecados y se arrepintieran de sus herejías. 

Y aconteció que al día siguiente el nivel del mar comenzó a bajar y retroceder de tal forma, que una franja del fondo sumergido de la costa rocosa de piedra caliza al norte de la isleta de San Juan quedó al descubierto, desde el Escambrón y Baja Mar hasta Peña Pará. La tierra oscilaba se sacudía y temblaba, el viento rugía con furia y en la playa las palmeras parecían bailar una frenética y macabra danza. Tras un ominoso estertor, del convulso lecho marino emergieron siete peñazcos rasos cual pedestales de altar. Un tenue vaho cubría su entorno, cual sutil cortina donde miles de diminutas gotitas de agua centelleaban como diamantes. Al trasluz resplandecía un insólito y sutil arco iris. Las embravecidas olas batían inclementes contra las siete rocas, levantando columnas de agua que semejaban espectrales figuras ataviadas con túnicas de blanco encaje. 

Al poco rato el viento aimainó, el remezón cesó y el mar se calmó, pero los siete peñazcos permanecieron sobresaliendo inmutables sobre la superficie del agua. 

Las tres hermanas contemplaron lo acontecido desde lo alto del promontorio de la playa Peña Pará y ante tal espectáculo se postraron, comenzando a elevar plegarias y cantar a sus divinidades. Aseguraban que habían reconocido a Obatalà, Yemayà, Changò, Elegguà, Oggùn, Orùnla, y Oshùn, siete de sus orichas, emerger entre las olas y pararse sobre las siete rocas. La población negra del barrio nombró a las rocas "Las siete Potencias" y frente a ellas en la orilla de la playa comenzaron a ofrecer ofrendas a sus deidades.

Estos sucesos llegaron a oídos del inquisidor, quien de inmediato catalogó lo ocurrido como un conjuro satánico y ordenó que las hermanas fueran declaradas brujas y quemadas en una pira a orillas de una charca que quedaba en los pantanos del canal de San Antonio, donde hoy día está ubicada "La Coal". 


Días más tarde, el sacerdote convocó a la comunidad y a los negros libertos para elevar al cielo oraciones, como acto de constricción en el lugar más alto del promontorio frente al mar. El día era plácido y sobre la apacible superficie del océano permanecían visibles y desafiantes sobre la superficie las siete coronas del arrecife sumergido. Lángidas olas formaban níveas orlas que bordeaban cada una, haciéndolas resaltar sobre el intenso color azul del mar en derredor. Ojos en negras caras de la congregación se miraban de soslayo en complicidad unos a otros, miraban al mar y en gruesos labios que musitaban plegarias casi inaudibles se dibujaban muecas sarcásticas.

Al pasar los años la población fuera de las murallas de San Juan, eminentemente negra, aumentó. La historia de sus raíces y los acontecimientos más destacados pasaron a ser contados de boca en boca, narrados en poemas de ceremonias santeras y cantados en los bailes de bomba. Entre aquella población se aseguraba que las siete potencias yorubas habían creado altares de roca en el mar para que nunca las olvidaran. Discurrió el tiempo y a los terribles castigos corporales que inicialmente impuso la iglesia a los adoradores de las orichas, le sucedieron las penitencias, entre ellas rezar el Rosario de las Siete Ave Marías, uno por cada uno de los Siete Dolores de la Vírgen. El sincretismo religioso es un proceso por el cual se intenta superar el choque cultural y conflictos de dos religiones diferentes, mezclando fundamentos de una con la otra. Así el nombre de las crestas del bajo en el mar frente a Peña Pará, "Las Siete Potencias", se intercambió por el de "Las Siete Ave Marías". Luego el nombre fue abreviado a "Las Siete Marías".

La religión yoruba no se extendió ni perduró en Puerto Rico tanto como en otros lugares, como en Cuba. La población de Puerta de Tierra fue paulatinamente "blanqueándose", y la enérgica doctrina religiosa ejercida sobre la comunidad a través del Colegio y la Parroquia católica, tuvo como resultado el eventual olvido de los relatos y leyendas que formaron parte de la historia y el acervo cultural de los primeros pobladores taínos y negros del barrio. 

Johnny Torres Rivera
2012