Más detalles sobre los horrorosos estragos causados por el
 ciclón de «San Felipe».

La Democracia, 18 de septiembre de 1928.
 
 

El estado general de nuestra isla, y de nuestros campesinos, es verdaderamente angustioso. Hambre y miseria por doquier, urge se envíe ayuda a todos los pueblos de la isla.

Conforme lo anunciaron los boletines expedidos durante el día del miércoles por el Negociado del Tiempo, desde las dos de la madrugada del jueves, comenzó a azotar furiosamente toda la isla un horrendo temporal de gran intensidad ocasionando innumerables daños que debido a la falta de comunicaciones, todas interrumpidas no han podido ser estimados aun...

«San Felipe» se reconcentró para caer, en forma de tremendo temporal, contra Puerto Rico, arrasando con las más exhuberantes [sic] cosechas, entre éstas, la preciosa cosecha de café que estaban próximas a recoger los productores del aromático grano...

A falta de comunicaciones telegráficas y telefónicas que nos fue imposible conseguir el jueves, es indiscutible que los daños ocasionados por el tremendo temporal en toda la isla han sido desastrosos, arruinantes. Pero no lo han sido en San Juan, nuestra febril capital, agitada durante todos los días laborables por la multiplicidad de faenas industriales y comerciales que aquí se desarrollan, y que aparecía abatida, muerta, presenciándose tan sólo el lento pasar de algunas guaguas y de otros vehículos y la inquietud de un gran número de personas que corrían de un lado a otro. Entre estas se confundían las autoridades locales y policíacas que observaban los daños que iba causando el fortísimo viento que soplaba, pendientes de cualquier caso de peligro que requiriese su presencia y su intervención para la debida protección de la vida y propiedades de los ciudadanos.

Otro aspecto desolador del huracán
La línea de casitas del recinto sur de la capital, es decir, toda aquella manzana que se extiende desde el muelle de San Antonio hasta el final de la Carretera Nueva, por donde se hace el servicio de guaguas, presentaba después de la tormenta, un aspecto de desgracia que entristecía a todo el mundo moviendo a piedad.

Daba honda pena el ver todo aquello convertido en un amasijo informe, mujeres y niños, durmiendo en fangales, en amasijos inmundos, que la tormenta arrastró allí.
Las autoridades sanitarias, la Cruz Roja, deben velar por tanto infeliz que sufrirá las torturas del hambre.

En el Condado
En los sitios residenciales del Condado el temporal fue de efectos desastrosos, especialmente para la flora y toda la vegetación. Los jardines preciosos que perfumaban aquellos patios amplios de las residencias del Condado se han perdido totalmente. Las palmas de coco casi en su totalidad fueron derribadas...

En la calle Loíza
El final de la calle Loíza ha sido, posiblemente, uno de los sectores más fuertemente castigados por el recio temporal. Viejas casitas que por allí se levantaban están totalmente destruidas. Y por doquier se cruzan los gigantescos árboles en la carretera...

Después de 16 horas...
Dieciséis horas que duró el temporal, fueron de impaciencia, de exclamaciones, de incertidumbre para los habitantes de la isla, que clamaban al Todopoderoso ante la impetuosidad del huracán. Desde la una de la madrugada del miércoles hasta las cinco y media de la tarde del jueves, todo era en la ciudad como el paso de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis, que en carrera desaforada dejaba a nuestra pobre isla sumida en la pobreza y en la desolación. Pasadas las dieciséis horas que fueron otros tantos siglos, nuestros redactores comenzaron su trabajo de investigación.

Santurce sufre las embestidas
Nuestro redactor visitó a Santurce media hora después de haber pasado el temporal. En un carro que le fuera suministrado por este diario pudo a duras penas abrirse paso por la Carretera Central que se encontraba completamente obstruida por los ár-
boles y postes de la luz eléctrica y teléfono que atravesaban la vía de un lado para otro. Miles de precauciones habían de tomar los conductores de vehículos, ya que el peligro de muerte se cernía por todos lados.
Montones inmensos de zinc

A la entrada de San Juan, donde se levantan las rosetas que sirven de adorno a la ciudad, se levantaban grandes montones de zinc, traídos por el viento desde una larga distancia. Planchas desprendidas de las casas que se encuentran en la parada cinco de Puerta de Tierra, volaban como hojas de papel para venir a caer lejos, muy lejos.

La Biblioteca Carnegie
El viento que soplaba con una intensidad indescriptible, hizo que muchas de las tejas de la Biblioteca Carnegie volaran y fueran a caer a gran distancia. Las ventanas aún las que estaban bastante aseguradas, volaban de su sitio y eran cargadas por el viento a largas distancias para restrellarlas contra el pavimento...