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DOMINGO, NOV. 23, 1930 P.8


Industrias de Puerto Rico
El Tren de Lavado de J. Marchand Sicardó

Por R. VAZQUEZ CABAÑAS

 

Data de unos cuantos años y pregona lo que puede el esfuerzo de la voluntad perseverante de un hombre puesta al servicio de una idea.

Los que ya vamos iniciando el mutis por el foro de la vida, recordamos que en una casa de San Juan había un pequeño establecimiento dedicado al negocio de lavado y planchado de ropas, como muchos otros que hoy existen, con la diferencia de que, en aquel que recordamos, había lo que no hay en los de hoy. Había un espíritu emprendedor, inquieto, noblemente ambicioso que pugnaba por salir de aquella casa, porque tenia la visión industrial y sabía que no era aquel campo adecuado para su desenvolvimiento.

No podía ser en tal industria medio propicio a su amplio desarrollo, ni la lavandera del rio, ni la planchadora del anafre a pesar de que la mano de obra era tan barata, porque para poder DAR SERVICIO se precisaban muchas manos, mucho carbón y muchos elementos que dificultaban la labor y hasta llegaban a encarecerla. Sin duda existían, debían de existir otros elementos de acción más económica y rápida, y tras de ellos fué el espíritu emprendedor de Marchán Sicardó.

Pronto apareció un ranchón de madera en la calle "San Agustín" de Puerta de Tierra y aquel fué el inicio de la ampliación del negocio de aquella casa de una calle de San Juan que nosotros recordamos, donde se revolvía la impaciencia de una voluntad que quería romper el empirismo de la que más tarde había de ser una industria que hoy da pan y trabajo a más de sesenta y cinco operarios de ambos sexos, ninguno de los cuales gana un jornal menor de un dólar diario.

Pronto nació una corporación y aquel ranchón fué substituido por un edificio de concreto armado bastante amplio para dar cabida a la acción de la mano y de la maquinaria, que en sus comienzos pensaba Marchand Sicardó que debía de existir para imprimir rapidez y economía a la labor.

Entre sus cuatro paredes, aquel edificio da asilo a una industria portorriqueña; creo que la única en su clase que existe en la Isla. Única, en cuanto a la dotación de elementos modernos para lavar y planchar con limpieza e higiene acabadas toda la ropa que la moderna vida nos impone: pero no única —ni debe de serlo— en cuanto al papel que desempeña en la vida comunal, pues a menudo nos tropezamos por esas calles letreros que nos dan noticia de que en esta o aquella puerta hay un negocio cuasi primitivo dedicado a las mismas faenas, que a pesar de su empirismo, se le denomina pompósamete “Laundry”.

Marchand Sicardó nos invitó a ir a conocer su industria y nos resultó interesante la visita, porque no conocíamos (cada día se aprende algo nuevo) los elementos mecánicos que han substituido la mano humana en estas materias.

Máquinas para planchar, caldeadas por electricidad, manejadas por un grupo de mujeres que trabajan afanosas alisando trajes de dril, camisas y otras prendas.
Máquinas para planchar trajes de señora, desde el más costoso hasta el más ordinario.
Máquinas para el planchado de prendas lisas grandes. como sábanas. manteles, etc.
Máquinas para lavar a vapor, esterilizando a la vez la ropa.
Máquinas centrífugas para secarla, después de salir alba de las lavadoras.
Máquinas para el planchado de cuellos; otras para marcar la ropa que entra al proceso de lavado e higienización; otras para planchar medias.
Un departamento de lavado y planchado de trajes de caballero por el procedimiento de limpieza en seco.

Máquinas por todas partes y para todos los usos; y no hay un solo detalle mecánico, en la perfección de un tren de lavado, o en el desarrollo de la industria, que no tenga su representación y uso en e! “Porto Rico Steam Laundry”, como lo tiene en cualquiera de los establecimiento de esta clase, allá en el Norte, centro de gran potencia industrial, que visitó varías veces Marchand Sicardó yendo tras de la visión que tuvo cuando, en nuestros años mozos, conocimos aquel pequeño establecimiento de lavado y planchado de ropas, a mano, en una calle de San Juan.

En el “Porto Rico Steam Laundry” entran a dejar sus impudicias diariamente, unas DIEZ MIL piezas que salen a las veinticuatro horas para sus respectivos destinos lavadas, planchadas y esterilizadas en cuatro automóviles de entrega y recogida que tiene aquella industria para el servicio de sus clientes. Las líneas de todos los vapores que entran en el puerto; los hoteles y casas de huéspedes; las casas de apartamientos que ya se están multiplicando allá en Santurce, por el Condado; muchas casas de familia cuyas directoras han aprendido cuánto vale y qué útil y cómodo es este servicio, son los clientes de Marchand Sicardó.

Pero aquellas máquinas que tanto dinero, tantos desvelos e inquietudes, tantas elucubraciones económicas costaron a Marchand Sicardó, piden MÁS y MÁS ropas. Su voracidad vertiginosa no se aviene con la quietud; están hechas para cumplir una misión múltiple que es de utilidad, de higiene, de economía, de comodidad y piden más, mucha ropa más que devolver a sus dueñas alba y lisa.

El esfuerzo del hombre está hecho. La industria del lavado y planchado mecánico de ropa, ha sentado sus reales en San Juan y tiene en aquella casa de Puerta de Tierra una gran perspectiva; pero falta, al esfuerzo de aquel hombre que un día se le ocurrió dotar a San Juar de ese elemento de la vida moderna eliminador de la suciedad que penetra en el tejido de las telas cuando son lavadas a mano y les percude hasta pudrirlas, que se vea coronado por la convicción, que debe de penetrar también en todos los entendimientos femeninos de dueñas de casa, ejerciendo una acción esterilizador moderna, de que deben de abandonar la rutinaria preocupación de la lavandera que hoy es difícil de encontrar, con todas sus molestias; de la planchadora con todos sus gastos; porque con sólo veinticuatro horas de tiempo, la Industria portorriqueña de la calle de "San Agustín” de Puerta de Tierra, le devuelve limpias, higiénicas y estériles a toda acción contagiosa, las prendas de ropa que le enviara el día antes y con una gran economía de tiempo y dinero.


R. VAZQUEZ CABAÑAS