Causas del desorden social (I)

El Vocero
6 de enero de 2004

Por: Enrique Laguerre

Advierto que entre nosotros se ha generalizado la tendencia a juzgar los sucesos de desorden social agravado dentro de los estrechos límites de una realidad actualista, sin que las instituciones gubernamentales se esfuercen por penetrar en las causas ni la comunidad se decida a participar activamente en el examen y búsqueda de solución de esos problemas que tanto la afectan y perjudican al país. 

Es realmente lastimoso que los medios de comunicación –más de un centenar de radios y numerosas estaciones de TV– abunden y repitan el tema y aún comercialicen la violencia y no se labore esforzadamente por trabajar una solución. Es el mismo propósito, instituciones y comunidad, todos a una. Con pena tengo que aceptar que decae el espíritu comunitario en Puerto Rico. La solución para evitar los peligros del desorden social no debería ser cercar y aislar las urbanizaciones. Esa es una de las muchas improvisaciones para evadir problemas sociales permanentes. 

Tal parece que los cambios radicales que comenzaron a cuajarse en Puerto Rico en la década de los cincuenta sorprendió desprevenida a la comunidad integral del país. 

Las improvisaciones tuvieron semblanza de casi milagrosas consecusiones. Ejemplifiquemos. Urgía acabar con los arrabales y procurar un poco de justicia social para sus habitantes, muchos de los cuales habían abandonado las faenas agrícolas para aventurar una posible mejor vida en la ciudad. Muñoz Marín consiguió dinero para construir el conjunto de multipisos Llorens Torres. Como he sugerido, fue un hito en el proceso de construir residencias que sacaran a los pobres de los arrabales. 

Una de las actuaciones más innovadoras de Muñiz, al asumir el liderazgo gubernamental, fue fundar la Junta de Planificación. En aquellos alborozos días del principio de los cambios, recuerdo ver al Dr. José Picó, presidente de esa junta, supervisando muy de mañana, trabajos que se hacían en la avenida Universidad, pero habría de pasar algún tiempo antes de que se organizaran las funciones integrales de la planificación. 

Un proyecto grande y complejo, requería mayor atención si se tenían por delante las condiciones sociales que sobrevienen con los cambios. 

Creo que proyectos como la construcción de esos residenciales, ideados con la mejor intención del mundo, son producto de la prisa y las circunstancias económicas del momento. 

Más tarde, ya en vías de estabilidad mayor social, se abundó en errores de esta índole quizá por indolencia oficial. Por ejemplo, edificios de quince pisos. Resultaba difícil mantener el orden y evitar el vandalismo en esos residenciales. Ha sido preciso demoler varios de ellos, incluso cuando se les ha dado poco uso. Ese es el caso, digamos, de la Villa Panamericana, ocupado, en parte, ilegalmente, por inmigrantes menesterosos. 

La demolición ocupó niveles apreciables durante la incumbencia gubernamental del Dr. Pedro Rosselló, entre ellos Las Acacias en Puerta de Tierra. Se utilizó la policía para “ocupar” aquellos en donde hubo mayor incidencia de delincuencia. La construcción en sí de los edificios ayudó a facilitar el desorden social. 

Tampoco está de más ilustrar con la urbanización Dos Pinos, patrocinada por profesores de la Universidad en los primeros años de la década cincuentista. Se planificó una hermosa urbanización: solares amplios, varios estilos arquitectónicos, tamaños que pudieran adquirirse conforme al status económico de varios compradores, amplio frente sin verja, soterrado de alambres eléctricos y telefónicos, suficiente separación de casa a casa. Cuando se construyó, ya existían los residenciales López Sicardó. Luego, Dos Pinos se vio rodeada de otros caseríos, el más reciente, Manuel A. Pérez. También el proyecto Los Maestros y Villa Prades. 

En Manuel A. Pérez se acogieron muchos de los antiguos moradores de arrabales suprimidos. Es decir, como sucedió con otros residenciales, se volcó el arrabal en los hermosos edificios de Manuel A. Pérez, sin más educación ni nada. Aquí abro un paréntesis. En países como Holanda o Dinamarca, no se lleva a nadie a un residencial recién construido, si antes no se educa a la gente que va a residir en él. Tienen algo así como una institución social en donde se les educa seis meses antes de admitirlos en el residencial correspondiente. 

En el “colegio” aprende a hacer buen uso de la propiedad, que tanto cuesta a los contribuyentes; toma cuenta de reglas y reglamentos. Aquí no. Aquí se vuelca el arrabal “mental” en los costosos edificios. Recuerdo –vivía en Dos Pinos– haber visitado dos residencias del hermoso complejo y admirar la comodidad y holgura. Da la casualidad que hallé una gran diferencia entre uno y otro apartamento. En el que vivía una señora retirada, todo estaba a pedir de boca: sencilla y atractiva decoración, matas en el interior. En el otro apartamento vivía un carpintero “de mocho” y había cajones vacíos por asientos.

Me atrevo a sugerir que del 90% al 95% de sus habitantes es gente buena. Esto facilitaría separar el yerbajo de la yerba buena, si no fuera por la forza complicidad del “no vi ni oí nada”. Pero, qué duda cabe, en los residenciales hay un buen caudal de ciudadanía honesta y trabajadora, en cierto sentido atropellado por un 5% al 10% de delincuentes y abusadores de derechos propios y ajenos.

Recuerdo, más o menos, el texto de una carta enviada por Muñoz a una joven de Dos Pinos. La muchacha había hecho unos comentarios negativos sobre la presencia de los residenciales en las cercanías de Dos Pinos. Muñoz, por el contrario, aseguró que se le ofrecía una oportunidad a los residentes de la urbanización de ayudar en la educación de los vecinos menos afortunados. Hay sin duda un caudal de sentimientos democráticos en los deseos del gobernante y hasta es posible que ello pudiera ocurrir con un plan social en el cual estuviera involucrada toda la comunidad. No se me figura bien, sin embargo, que se sugiera una idea como esa, con sabor demagógico, sin que se proceda a formular un esquema con qué concretar la idea.

Por qué el gobierno de Puerto Rico no elabora un plan semejante al de Holanda o Dinamarca, no lo sé. El trabajo social –lleva aquí cerca de setenta años– podría elaborar un comité de consulta, que incluya educadores, funcionarios judiciales, economistas, planificadores y naturalmente, trabajadores sociales, quienes puedan crear el comité de acción correspondiente. Creo que no se cumple con los genuinos propósitos de mejorar las condiciones de vida en los residenciales mientras se persista volcar arrabales en ellos, con olvido total del proceso socioeducativo. 

Aparte del “colegio” para los nuevos residenciales, creo que no es tarde para formular mejores planes educativos para los muchos complejos de residenciales que existen en el país. Porque no hay uno de los 78 pueblos que no tenga o esté considerando levantar uno, o más de uno.

Como la gran preocupación nuestra, de los días que corren, es la delincuencia criminal. Señalaré de aquí en adelante las que creo son causas principales de esa delincuencia. Algunos críticos asocian a los residenciales con esas causas; pienso que son los efectos de esas causas los que verdaderamente afectan la vida humana en los residenciales.

Es más o menos a principios de la década setentista que el ciudadano común comienza a perder en las calles. Ya se había desatado la violencia verbal en la campaña electoral y aún en el flujo del tránsito, de persona a persona. A mí no me cabe la menor duda que la violencia verbal colectiva, en nombre casi siempre de la libre expresión, precede a la violencia física. Digamos, a mí me preocupa que los medios de comunicación hayan arreciado la violencia verbal y comercializado casi brutalmente las más feas expresiones del ser humano. 

En estas navidades he escuchado las más absurdas irreverencias para suma favorable en las encuestas. Dijo Shakespeare: “los humanos estamos hechos con materia de los sueños”. Los franceses, como acostumbran hacer, se apoderaron del pensamiento y lo añadieron a su mitología: “Nous sommerfaits de la meme éfoffe de nos reves”.

El ser humano que verdaderamente ama la patria, le pone levadura a sus instituciones históricas o sagrada. Independientemente de las discrepancias fiscalizadoras, hay expresiones de la vida nacional que deben guardarse en la intimidad. 



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