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Graffiti en la calle San Agustín, Puerta de Tierra.


Los ha visto en Santurce, en el Viejo San Juan, en el expreso de Trujillo Alto, cerca de las estaciones del Tren Urbano y en muchos rincones de la Isla. No hablo de las esculturas y monumentos que desde hace algunos años han proliferado en nuestro entorno. Me refiero a ese arte que no pide permiso para existir ni se rige por legalidades, sino que se organiza bajo sus propios estatutos: el graffiti.


Por Celina Nogueras Cuevas/ El Nuevo Día  25 de septiembre de 2005

Hoy el graffiti constituye uno de los movimientos de arte más coherentes y consistentes del país. Aunque no es un fenómeno nuevo en Puerto Rico, en los últimos ocho a cinco años el graffiti ha mostrado un significativo desarrollo, el cual amerita un análisis que nos acerque más a las huellas que este arte deja constantemente en el espacio público puertorriqueño.

El graffiti es un movimiento primordialmente urbano que se apropia de las paredes públicas y privadas de diferentes zonas para bombardearlas de formas, color y aerosol. Esto sin contar necesariamente con el consentimiento o complicidad de los propietarios (estatales o privados) de los lugares que se escogen para trabajar. Con esta acción, los graffiteros (o artistas del graffiti) convierten las ciudades y sus espacios públicos en plataformas de expresión cultural e identitaria.

La evolución del graffiti puertorriqueño ha alcanzado un desarrollo insospechado, a través de la creación por parte de sus autores de lenguajes gráficos muy particulares. Estos artistas del aerosol constituyen un grupo cuyos miembros, en su mayoría, han estudiado o estudian en las principales escuelas de arte de la Isla. Para muchos de ellos este medio representó el primer contacto con sus intereses artísticos y los motivó a llevar a cabo estudios formales en disciplinas relacionadas a la plástica.

Me explico. Si nos remitimos a la raíz etimológica, toda escritura sobre una pared es un grafito. Sin embargo, no toda persona que escribe (scribWe) en una superficie -acto de génesis milenaria- es un graffitero. Al describir la labor de los graffiteros o escritores (wríters) no aludo a toda la escritura rápida o tags que se ven en infinidad de lugares. Tampoco a los trazos o caricaturas que colman paredes en las zonas históricas del Viejo San Juan, camiones y estructuras tanto públicas como privadas. Si bien estas expresiones alternas son también parte del universo del fenómeno, cuando hablo de los artistas del graffiti o graffiteros me refiero a los que utilizando el aerosol como medio primordial -aunque en ocasiones es complementado con otros materiales- llevan a cabo producciones o pieces.

Casi siempre, estas producciones son precedidas por un periodo de preparación que comprende la creación de bocetos (en algunos casos), el desarrollo de la idea o concepto, habilitar la pared, comprar materiales y la ejecución. Por lo regular, las producciones son obras a gran escala que pueden ocupar paredes enteras y que en ocasiones son creadas por más de un artista. Estas colaboraciones son recurrentes entre grupos que comparten intereses similares hacia el arte del graffiti o que pertenecen a crews específicos.

La contraparte de la producción es el tagging, el cual alude básicamente a la escritura en aerosol de un seudónimo que el artista escoge. El tog es una especie de firma escrita con una sola mano de rasgos monocromáticos, usualmente, legible. En Puerto Rico, interesantemente, los tags o seudónimos de los artistas son por lo regular en inglés. Los mismos se sitúan mayormente en propiedades privadas o gubernamentales en donde no es permitido este tipo de manifestación.

Taggear es un acto que involucra rapidez, dada las condiciones de ilegalidad bajo las que opera, y que tiene como función primordial dejar un signo, una huella del paso de su autor por un espacio. Este gesto pone de manifiesto la presencia de ese nombre, el rastro de ese sujeto, en la mayor cantidad de lugares posibles. Sí, incluyendo lugares non gratos en donde usted y yo preferiríamos no verlos.

Pero conceptualmente hablando, ¿qué diferencia hay entre la marca de un seudónimo en las paredes de la ciudad y el afán de reconocimiento de los usuarios de las carteras Louis Vuit-ton, Coach o Gucci? ¿Acaso las letras que distinguen estas marcas no son signos de la identidad del consumo de sus portadores? ¿Algo así como un seudónimo genérico?

Podemos decir que las llamadas producciones son la consecuencia lógica y elaborada de lo que comenzó con el taggear. Cuando escribir el seudónimo de manera rápida en una pared no fue suficiente, se crearon los estilos. Estos estilos de escritura representaban o identificaban a cada grupo particular (por ejemplo, Wild Slyle). Fue así como las letras comenzaron a tener relieve, colores y niveles, muchas veces incomprensibles a primera vista, sobre todo para ojos inexpertos. Cuando ya no era suficiente que tu firma fuera vista recorrer literalmente la ciudad en el tren, la complejidad de la firma y el desarrollo de un estilo se convirtió en el portaestandarte de un buen grafittero.

Pero no se sienta mal, que al igual que para comprender el arte contemporáneo se debe contar al menos con una educación mínima en la materia, para entender o leer el graffiti se necesita tener el ojo adiestrado. Este género trabaja, tal y como lo hizo el cartel en Puerto Rico, con el uso de la palabra convertida en imagen. Esa firma pierde su carácter individual de letra y se convierte en un to-do-imagen.

Sólo haga un ejercicio básico. La próxima vez que pase cerca de un graffiti, deténgase y notará cómo pronto empieza a identificar letras, siluetas, firmas y tendencias que poco a poco verá repetirse en otros contextos. Si se siente más aventurero, dé un paseo por el expreso de Trujillo Alto y disfrute de las producciones de cre\vs como DCC (Destructíon and Chaos Crew). ADM (Aerosol Designing Minas) o FX.

Estos crews, o colectivos, se reúnen -a veces de noche, a veces a plena luz del día- para comprar materiales y preparar las paredes. En algunos casos piden autorización (y en otros velan al guardia), y pintan tomando a veces su libreta de sketches (dibujos) como punto de partida. Dependiendo de las dimensiones de la pieza, este proceso de preproducción puede durar de uno a cuatro días. Luego de terminada la producción, la fotografían y documentan. Muchas veces, la información que generan estas producciones se publica en páginas cibernéticas como www. graffiti.org.

¿No le parece todo este proceso un acto de completa generosidad con el espacio público, más que un acto vandálico? Ciertamente, las líneas entre el vandalismo y la libertad de expresión artística son finas y la mayoría de las veces el graffiti opera bajo los marcos de la prohibición. Ahora bien, la escritura y la denuncia sobre las paredes no es ni ha sido terreno exclusivo de los graffiteros.

Por mencionar algunos, los situacionistas franceses utilizaron las paredes como herramienta combativa durante las protestas de mayo de 1968. Escribían consignas como Je ne travaillez país en plena oposición al capitalismo. Por otra parte, los chilenos que repudiaban el régimen militar de Pinochet también recurrieron a las paredes para expresar su consigna NO +, delineada para el plebiscito en que se avaló el fin de la dictadura.

El valerse de las superficies de las paredes para expresarse es común en Puerto Rico. Partidos políticos y otros grupos usan -por ejemplo- la técnica del stencil (molde o plantilla) para crear imágenes cargadas de mensajes y comentarios sociales. El aumento en el empleo de la plantilla como medio es considerable, pero su análisis amerita un estudio independiente.

En un intento de controlar el aumento de la propaganda política, la publicidad y el graffiti en los espacios públicos, el Gobierno de Puerto Rico creó hace algunos años los tablones de expresión pública. Con la intención bonafíde de mantener la ciudad limpia, estos tablones buscan delimitar el espacio de intervención de los grafftteros y de regular un movimiento que precisamente parte de la premisa de escapar a la Ley; un acto vandálico.

¿Vandalismo o estética? Ésa es la pregunta. Resulta interesante que mucho del graffiti que ha surgido recientemente se concentra en zonas abandonadas, reposeídas o expropiadas por el Estado. Ejemplo de ello son los trabajos que se ubican en las áreas limítrofes a las estaciones del Tren Urbano. Estos jóvenes identifican los espacios abandonados y se los apropian furtivamente. No empece a que posiblemente mañana su obra esté borrada, ellos invierten de su tiempo y dinero para dejar plasmada una pieza que no augura permanencia. Piezas que en ocasiones son vistas solamente desde la perspectiva del Tren. Los graffiteros han puntualizado y asumido las nuevas perspectivas de ciudad que propone el Tren Urbano.


A pesar de que el graffiti no es legal en Puerto Rico, sí es meridianamente permitido. A diferencia de otras ciudades en donde este tipo de manifestación se organiza a partir del clandestinaje, en la Isla graffitear -no taggear- se ha convertido en una actividad aceptable. Salvo raras excepciones, la Policía no persigue ni ahuyenta a los jóvenes. Inclusive, al momento este movimiento está siendo auspiciado por alcaldías que promueven en paredes temporeras competencias de graffiti y hip-hop para sus municipios. Agencias gubernamentales como el Departamento de la Familia convocaron hace un tiempo a graffiteros del patio para elaborar murales con motivo del Mes de la Prevención del Maltrato Infantil. Dichos espacios les brindan a estos artistas la oportunidad de expresarse en otros foros y llegar a otros públicos.

Pero lo que me parece más interesante aún es lo organizados que están algunos de estos artistas, los cuales han viajado a formar parte de foros internacionales del medio. Entre éstos podemos destacar a Zori, Pun, Bik y Ske. Por ejemplo, para el 2001 la graffitera Zori recibió una invitación para participar de la creación de murales dirigidos a la prevención de atentados contra jóvenes mexicanas que quedaban embarazadas por policías que las atrapaban haciendo graffiti ilegal en los trenes. Éstos les pedían favores sexuales, a cambio de libertad y silencio.

El proyecto no pudo completarse como consecuencia de los ataques a las Torres Gemelas y por falta de fondos. Pero esta iniciativa representa un ejemplo de que el graffiti está siendo cada vez más reconocido y utilizado para acercarse a una población de jóvenes cada vez más escépticos. A su vez el graffiti no escapa la inserción en la galería. Un ejemplo de esto es la pieza que hace poco más de un año Bik expuso en la Galería Sin Título ubicada en el Viejo San Juan. El artista presentó una versión contemporánea de la obra El pan nuestro de cada día de Ramón Frade. Una adaptación de la misma puede apreciarse en un camión de carga aparcado en la calle Luna del Viejo San Juan. Dicha pieza hace referencia al conocido emblema del campesino puertorriqueño cargando un racimo de plátanos pintado por Frade. En su obra, Bik contrapone su autorretrato con este famoso icono.

La imagen del artista, en vez de acarrear con la carga que suponía el racimo de plátano para un agricultor, carga con una caja en la que lleva los potes de aerosol que representan su pan nuestro de cada dia. Este trabajo de Bik muestra una relevancia temática que entabla un diálogo con la historiografía del arte puertorriqueño contextualizándolo, digiriéndolo y apropiándolo a su propia historia.

Es evidente que toda persona que interviene con escritura sobre el espacio público tiene algo que decir y quiere que ese algo se escuche. Los graffiteros explotan el medio del graffítí para expresarse y problematizar con su entorno, aunque muchas veces cuando se les pregunta directamente no tienen claro qué es lo que quieren enunciar o denunciar. Plantillas, graffiti y tags son todas técnicas que toman el espacio público por asalto y configuran las herramientas que confieren un lugar protagónico a estos jóvenes en las ciudades. Esas ciudades en las cuales se sienten rezagados y en las que las marcas en aerosol se convierten en símbolos de permanencia, aunque ésta sea fugaz.

En la era del individualismo y la globalización, en que los artistas que se sienten cada vez menos interpelados a participar de un colectivo, en que ya casi no existen movimientos comunes a la manera de los grupos modernistas -con todo y sus manifiestos-, en que los artistas ya no se especializan en un medio plástico, sino que el medio es un instrumento para ejecutar una idea, el graffiti puertorriqueño resulta una excepción. Aparece como un movimiento que ciertamente hay que cuidar y estudiar. Definitivamente, hay que ponerles el ojo a estas creaciones y a estos artistas que se perfilan como nuestro cartel contemporáneo. A fin de cuentas, la ciudad se convierte en un gran canvas y las obras de graffiti en parte de nuestro inventario citadino.

La autora es profesora de Teoría del Arte en la Escuela de Artes Plásticas, promotora de arte y crítica cultural. celina@prtc.net