Narrador de lo indecible 

Domingo, 24 de enero de 2016
Por Mariela Fullana Acosta
El Nuevo Día

 El fotoperiodista Ismael Fernández se retira del periódico El Nuevo Día luego de 36 años documentando algunos de los acontecimientos más importantes a nivel nacional e internacional 



Fernández ha retratado a todos los gobernadores de Puerto Rico, a los sumos pontífices Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, así como a líderes mundiales como Mijaíl Gorbachov y Fidel Castro. (Angel Rivera García)

Decía el escritor argentino Julio Cortázar que las palabras nunca alcanzan cuando lo que hay que decir desborda el alma. Cuando las alegrías o el dolor enmudecen, otros sentidos florecen.

Eso lo sabe bien el fotoperiodista puertorriqueño Ismael Fernández Reyes, a quien hace más de tres décadas se le alojó otro corazón en la mirada. A través de sus ojos este artista del lente ha sido narrador de lo indecible. 

“Ismaelito”, como le llaman sus allegados, ha prestado por más de 36 años su mirada al pueblo de Puerto Rico para que pueda ver lo que no se alcanza. Como fotoperiodista del periódico El Nuevo Día documentó algunos de los sucesos más importantes a nivel nacional e internacional de las pasadas tres décadas dejando una huella indeleble. 

Ha retratado a todos los gobernadores de Puerto Rico, incluyendo a Alejandro García Padilla, a los sumos pontífices Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, así como a líderes mundiales como Mijaíl Gorbachov y Fidel Castro. Además, ha sido testigo de sucesos como el fuego del hotel Dupont Plaza, en 1986; la huelga general de Santo Domingo, en 1984; la elección de Violeta Chamorro en Nicaragua, en 1990; el derrocamiento de Jean-Claude Duvalier “Baby Doc” en Hatí, en 1986, y la invasión estadounidense de Panamá, en 1989. 

Con su lente también ha capturado las alegrías y sufrimientos de su pueblo, cubriendo el acontecer diario del país. Desde sucesos políticos, policiacos, deportivos, artísticos y de interés humano, Fernández Reyes ha documentado un universo de historias que se han perpetuado en la memoria colectiva, gracias a su trabajo fotográfico. 

Ha sido premiado en múltiples ocasiones por asociaciones periodísticas del país, así como organizaciones internacionales. En 1997 ganó el premio Rey de España de la agencia de noticias EFE por una fotografía de una madre lactando a su bebé en Culebra, luego del paso del huracán Marilyn en 1995. Hasta la fecha es el único puertorriqueño en lograr este reconocimiento, el cual le fue entregado en Madrid por el entonces Rey Juan Carlos. Además, ha sido testigo de la evolución de la fotografía, de lo análogo a lo digital. 

Luego de 36 años de labor ininterrumpida en el periódico El Nuevo Día, Fernández Reyes anunció en noviembre que se retiraba del diario para dedicarse a nuevos proyectos y continuar con una de sus misiones más importantes, el Taller de Fotoperiodismo, una organización sin fines de lucro que fundó hace 22 años con el fin de ofrecer cursos de fotografía, redacción y comunicación básica a niños y niñas de las escuelas públicas del país. 

A estos efectos el lente cambió de dirección para mirarlo a él y repasar lo que ha sido su carrera. La entrevista se llevó a cabo en el Taller de Fotoperiodismo, en Puerta de Tierra, en el segundo piso de la estructura, donde cuenta con una oficina que está llena de imágenes que hablan sin decir. 

En las paredes cuelgan enmarcadas algunas de sus fotografías memorables, como la del hotel Dupont Plaza cubierto en humo y la del histórico saludo entre Mijaíl Gorbachev y Fidel Castro, en Cuba, 1989. También figuran recortes de periódicos que destacan eventos que atesora, como cuando recibió el premio Rey de España, en Madrid. 

En unas tablillas tiene acomodadas un repertorio de cámaras que una vez le acompañaron en la calle y que ahora sirven de recordatorio de lo vivido. Hay fotografías de sus hijos y de sus nietos, pinturas del artista Carmelo Sobrino y un gran “collage” con cientos de credenciales periodísticas, rodeadas de un rosario que le regaló en República Dominicana el Papa Juan Pablo II. 

Cuando nos sentamos a conversar, Ismaelito ajusta las pantallas de su computadora para que veamos algunas de sus imágenes. Es raro tenerlo de frente, siendo el entrevistado, cuando tantas veces compartió esta labor desde el otro lado. Se le ve cómodo, aunque no suelta el celular, donde tiene anotados unos puntos que no quiere olvidar. 

Al hablar no baja la mirada. La sostiene fijamente, como si temiera perderse un detalle importante con un parpadeo. Con ese enfoque es que se devela la historia de quien siempre se ha sabido observador, pero casi nunca observado. 

Ismaelito nació en el barrio Amelia, en Guaynabo, hijo del periodista y legislador Ismael Fernández Pacheco y la maestra Carmen Gloria Reyes. El periodismo, dijo, siempre fue parte de su vida. 

“Empecé en el periódico (El Nuevo Día) cuando estaba en Puerta de Tierra, porque cuando niño acompañaba a mi papá. Yo me iba con él y con mi padrino Mandín Rodríguez, que era fotógrafo de El Mundo, a las asignaciones”. 

¿Con ellos es que empieza tu fascinación por el fotoperiodismo?

Todo mi amor por la fotografía surge porque mi padrino se sentaba en la parte de atrás de un Volky que él tenía y ponía la cámara en la parte de atrás, y a mí me gustaba jugar con su cámara. Recuerdo que mi papá me decía ‘Joe, no toques la cámara de Mandín’ y padrino decía ‘déjalo, déjalo, que él está aprendiendo, no está haciéndole nada a la cámara’. De ahí yo creo que surgió mi amor por la fotografía. 

¿Estudiaste fotografía?

Decidí estudiar comunicaciones en la Universidad del Sagrado Corazón y al inicio quería ser reportero, pero cuando entro a la fotografía me di cuenta que mi talento estaba ahí, que la fotografía era mi pasión, es mi pasión; que la fotografía era mi amor, es mi amor. Gracias a Dios estos 36 años han sido maravillosos y he trabajado en la mejor empresa que hay, El Nuevo Día, que me ha tratado siempre con respeto y con una delicadeza única. Ese es mi periódico. 

¿Qué fue lo que te enamoró y te apasiona de la fotografía?

La fotografía tiene un don que es el don de llevar la imaginación a la realidad y perpetuarla para siempre. Tú primero ves las cosas, luego aprietas el botón, y luego transmites esa información que captaste en tu mente.

¿Quién te regaló tu primera cámara?

Mi mamá.

¿A qué edad?

A los 18 años. ¡La tengo todavía!

¿Qué cámara? 

Una Nikon. Iba a entrar a la universidad y necesitaba una cámara y un amigo acababa de llegar de Alemania, de la guerra, y se lo comenté para que me comprara una en el PIEX y me dijo que él tenía una y que me la vendía en $200. Fui a donde mami, le dije, y mami rapidito al otro día me dejó $200 a la orilla de mi cama. Lo hizo sin preguntar, sin cuestionarme, sin molestarse.

¿Qué representó ponerte esa cámara en las manos?

Abrirme una puerta, una puerta infinita. Me dio la oportunidad de darle la vuelta al mundo, destacarme, sensibilizar a la gente, poder imprimir la historia para siempre, congelarla para siempre. La fotografía es mágica, no termina nunca. Mientras más miras, más fotos quieres hacer, mientras más trabajas, menos cansado te sientes. Al final, te diría, que me dio una felicidad enorme. 

¿Te acuerdas de la primera imagen que tomaste para El Nuevo Día?

Sí. Un día mi viejo me dice, ‘ve por la noche al periódico para que te vayas con los muchachos a hacer fotos de deportes’, porque los deportes es lo más complicado en la fotografía por la rapidez y el desarrollo. Si te pruebas ahí, te pruebas como fotógrafo. Entonces, me fui a un juego de pelota con el fotógrafo Ramón Korff, “Cuqui” Korff. Cuando llego al juego y saco mi cámara, Cuqui me dice, ‘y esa porquería de cámara, toma una de las mías’, y me ubica en tercera base. Al rato yo veo que el que está en segunda se va a robar la base. Ahí Cuqui me mira haciéndome señas, pero ya yo sabía efectivamente lo que iba a pasar porque sabía de béisbol y esperé hasta tirar la foto. En ese momento Cuqui viene hacia donde mí y me dice ‘te perdiste la foto, te perdiste la foto’, y yo le dije, ‘Cuqui, estoy seguro que la tengo’. Cuando él revela la foto en el periódico, dice, ‘diablo qué clase de foto’ y fue corriendo a donde Chu García (entonces jefe de la sección de deportes de El Nuevo Día) y le dijo ‘mira lo que ha hecho el nene, mira lo que hizo el nene, mira qué foto hizo el nene’. Y Chu cambió la contraportada y me la dio a mí. Esa fue mi primera portada y mi primera foto en El Nuevo Día, en febrero de 1979.

¿Cómo fueron esos inicios en El Nuevo Día?

Bueno, lo primero es que yo era el peor fotógrafo que te pudieras imaginar. Cuando yo empecé yo era malo. Veo ahora los fotógrafos que empiezan y digo ‘diablo, qué buenos son’, porque yo era malo, malo. Me acuerdo que un día Chu (García) me llamó a la oficina y me dice, ‘tú tienes mucho futuro como fotógrafo, tu problema es la inconsistencia. Yo te doy un trabajo hoy y me traes algo brutal y te lo doy mañana y me traes una porquería’.

¿Cómo pasaste de ser malo, como dices, a ser excelente fotoperiodista?

Me convertí en una esponja. Yo chupaba todo lo que veía y me sentaba a mirar a mis compañeros, que eran los grandes maestros Ramón Korff, Gary Williams, Frank Camacho y Luis Ramos. Me metía al laboratorio y veía cómo ellos hacían las cosas y me las copiaba, literalmente las copiaba. 

¿Cuál fue ese primer evento que cubriste que te jamaqueó?

Una noche, yo estoy durmiendo en casa, eso fue como 1983 a 1984, y recibo una llamada de Saúl Pérez Losa, que era el subdirector del periódico, y me dice, ‘Ismaelito quiero que mañana arranques a República Dominicana porque ahí hay una huelga y hoy mataron a 100 personas y necesitamos foto de eso’. Cuando finalmente llego a República Dominicana aquello estaba asediado de militares. Tú mirabas a la capital y lo que veías era humo saliendo. Cuando logro llegar hasta la ciudad, estaban matando gente a tiros. Cuando yo veo los cadáveres, cuando veo cómo habían quemado la ciudad, cuando veo a la policía metiéndose a las casas a sacar a culatazos con el M16 a la gente, dije ‘Eah rayo, ¿qué es esto?’ Recuerdo que estaba en un esquina y me paro a tomar agua, y de repente, cuando estoy bebiendo agua, escucho pa pa pa pa pá y yo corro, me esconde detrás de un dron, y siento cuando las balas atravesaban el dron. 

¿Así que esa asignación casi te cuesta la vida?

Es que le he dedicado hasta la vida al fotoperiodismo porque una vez me estrellé en un helicóptero cubriendo un offshore (en 1994) y estuve pillado dentro del helicóptero debajo del agua. Lo único que pude hacer fue pedirle a Dios que acogiera mi alma, que protegiera a mi familia, pero logré salir del helicóptero. Además, estuve en varios tiroteos en Haití, en República Dominicana, estuve en emboscadas, una vez me corrieron con un machete en un pantano, me han entrado a tiros aquí en Puerto Rico, estuve en la invasión norteamericana a Panamá, estuve en las elecciones de Violeta Chamorro, en Nicaragua. He viajado el mundo. 

Sin embargo, una de tus fotos más emblemáticas, que publicó en Puerto Rico y a nivel internacional, fue la del hotel Dupont Plaza cubierto en humo, luego de aquella tragedia del 31 de diciembre de 1986. ¿Cuál es la historia detrás de esa imagen?

Siempre me ha gustado leer el periódico y había leído que había huelga en el Dupont y había amenaza de quemarlo. Recuerdo que ese día estaba llegando a mi casa y veo humo saliendo del Condado y dije, ‘quemaron el Dupont’. Llego a mi casa y se lo digo a mi esposa Nilka Estrada (periodista) y nos fuimos los dos para allá. Cuando yo llego y veo la magnitud de aquello… En ese momento ya estaban allí los maestros fotógrafos Luis Ramos, Gary Williams y Cuqui Korff. Ellos estaban al frente del hotel y me dicen ‘vete tú a la parte de atrás que nadie ha ido atrás’. Y yo voy para allá. Recuerdo que había que brincar una verja como de ocho pies para llegar a la playa, la brinco y caigo en la arena, y fue lo mejor que me pudo pasar en la vida porque allí estaban los helicópteros aterrizando. 

¿Y cómo logras montarte en uno de los helicópteros que estaban usando para rescatar a las víctimas?

Veo al piloto Pat Walters y le digo que yo quería que me elevara en el helicóptero para hacer fotos del fuego. Él me dice que no puede porque está salvando gente, pero que cuando termine viene a buscarme. Cada vez que bajaba, me le paraba al frente, pero nada. De repente yo miro el reloj, era 31 de diciembre que el sol se va temprano, y ya eran las seis menos cuarto, así que dije ‘me fastidié’. Veo a Pat que arranca como para el aeropuerto de Isla Grande y yo pensé que se había ido y no volvía más, pero volvió. No sé cómo ocurrió, pero ese hombre me encontró en la playa, aterrizó frente a mí y me hizo señas de que subiera. Cuando yo subo y veo la magnitud de ese fuego, que yo veo eso desde el aire, digo ‘wao, qué es esto’. Ahí empiezo a retratar y a hacer mis fotos. Cuando pasa todo y llego a mi casa llamo al periódico y el fotógrafo Luis Ramos me contesta y me dice ‘si tienes algo tráelo que ya está cerrando el periódico’. Cuando Carlos Castañeda (entonces director de El Nuevo Día) ve la foto, dijo ‘paren la prensa, paren la prensa’. Y esa fue la foto que usaron en portada.

¿Cómo te cambiaron la mirada esos sucesos?

Te marcan, pero no es algo que tú no puedas superar. En cierta medida tienes que perder la sensibilidad porque si eres sensible no puedes hacer tu trabajo. No te puedes sentar a ver el asesinato de una persona, tienes que fotografiarlo, te guste o no, te guste o no tienes que hacerlo. La denuncia es más importante y la fotografía y el periodismo es denuncia de lo malo. Lo malo va a ocurrir, y qué puedes hacer tú, tienes que documentarlo para que no se repita. 

¿En algún momento de esos episodios que narras, te costó retratar?

Lo que pasa es que la adrenalina está a tal punto que tú no reaccionas. La adrenalina la tienes a mil, ese corazón se te quiere salir por la boca. Ese sentimiento de que estás captando algo único, de que estás llenando ese hueco de la historia, esa sensación de que al final vas a tener éxito. Yo lo que hacía es que ahogaba con cervezas mis penas. Trataba de olvidarlo todo. 

¿Y se puede olvidar?

Sí, se puede. Aunque hay un incidente que yo nunca he olvidado.