
Tal día como hoy, 20 de noviembre, —324o. del año 1933— con testó el ilustre Historiador de Puerto Rico, doctor Cayetano Coll y Tóste la carta que le dirigió el entonces gobernador de la isla, señor Arthur Yager, el día 18, haciéndole una relación escrita sobre el terremoto de 1867 en Puerto Rico. La carta del Dr. Coll y Teste al Dr. Yager decía asi:
"Villa Los Pinos, noviembre 20, 1913.
“Hon. Arthur Yager,
Gobernador.
“Señor:
"Paso a satisfacer su atenta carta del 18 de los corrientes. “Nuestra historia regional es muy parca al hablar de estos fenómenos de la naturaleza. Fray Iñigo Abbad, en su conocida “Historta de Puerto Rico”, anotada por el erudito don José Julián Acosta, solamente indica, que al presenciar él, en Aguada, el ciclón del 28 de agosto de 1772, notó que fué acompañado de un lento temblor de tierra. Nuestro sabio amigo Acosta, en sus anotaciones, no dice ni una palabra sobre esta materia; y eso que al anotar el capítulo Huracanes y Terremotos de fray Iñigo, se extiende detalladamente en la parte referente a los ciclones.
“Don Pedro Tomás de Córdoba, secretario que fué de este Gobierno General, registra el terremoto de 2 de mayo de 1787, que destruyó la iglesia de San Felipe de Arecibo y sus ermitas del Rosario y de la Concepción, haciendo también gran daño en los temples de Mayagüez, Caguas y Toa Alta, cuyas paredes se agrietaron hondmente. En la Capital sufrieron grandes averias las fortificaciones del Morro y San Cristóbal, las murallas y la Iglesia Catedral. “En mis investigaciones históricas no he podido encontrar nada más. Tal vez en los Archivos de Indias de Sevilla, rico manantial de nuestra historia antigua, pudiérase encontrar alguna carta de los oficiales reales o del Gobernador de Puerto Rico dando cuenta a S. M. de algún terremoto si lo ha habido. Yo poseo copia de la carta que el gobernador don José M. Marchest dirigió el 20 de noviembre de 1867 al Ministro de Ultramar, informándole del luctuoso acontecimiento y pidiendo socorros para los pueblos de la isla. Todos los pueblos de la isla enviaron relaciones detalladas al Gobernador y en el archivo del Gobernador deben encontrarse los originales. “Por tradición de familia sé que el 5 de mayo de 1844 hubo un terrible terremoto, que sacudió en toda la isla, y que el 30 de agosto (Continúa en la 6. Col. 1)
(Continuación de la página tres) de 1865 hubo también un prolongado temblor de tierra. Respecto a ios temblores de tierra de 1867 puedo hablar a conciencia, pues los presencié. Fueron más prolongados que los actuales, pero predominó en ellos más la ocilación que la trepidación por lo que no hubo en San Juan derrumbe de casas ni víctimas que lamentar. Mucho agrietamiento de paredes y rotura de arcos, pero no caída repentina al suelo de las paredes con aplastamiento de los habitantes. Igual en toda la isla. El terremoto actual, desde este punto de vista, ha sido más horroroso que el del 1867. Sobre todo, en las poblaciones del oéste que han sido las más fuertemente castigadas.
Para el estudio seismológico del fenómeno actual, hay un hecho importante que quiero anotar. La onda seísmica, que produjo el temblor de tierra de 1867, vino del noroeste. Igual que la que produjo el terremoto del 11 de octubre de este año No debemos olvidar que frente a la isla de Puerto Rico tenemos la mayor depresión del suelo del Atlántico; y que según algunos autores, frente a Santiago de Cuba corriéndose a Santo Domingo y Puerto Rico existe una fractura de la corteza terrestre. No es de extrañar, por tanto, lo mucho que ha sufrido el departamento oriental de Cuba y parte de Santo Domingo con estos fenómenos de la naturaleza y que la causa de nuestra desgracia actual venga del noroeste.
“La primera sacudida de 1867 la tuvimos el 18 de noviembre a las 2:45 de la tarde. El día era espléndido y soplaba el alislo reinante. Nadie hubiera podido presagiar la catástrofe que se nos iba a echar encima. Como yo presencié el trágico suceso, quiero relatar mis impresiones. Tenía entonces 17 años y era estudiante del Seminario Colegio, que dirigían los Padres Jesuítas, en el edificio que está junto al palacio del Obispado Estaba en la clase de Física. De pronto se sacudió el salón y todos los estudiantes corrimos hacia afuera. En la encrucijada de la calle del Sol y del Cristo fué detenido nuestro profesor por dos mujeres que se abrazaron a sus piernas implorando de rodillas ¡misericordia! ¡misericordia! El jesuíta estaba in tensamente pálido. Nunca había presenciado un temblor de tierra, según nos refirió después. Yo, acompañado de dos amigos, bajé la calle del Cristo. La tierra seguía oscilando. Oíase un ruido sordo subterráneo. Al llegar frente a la iglesia Catedral, la empinada torre estaba despidiendo ladrillos y bombardeando el extenso atrio. La torre entonces era más alta, luego fué recortada. Cuando llegué a la calle de la Fortaleza daba la tierra los últimos sacudimientos.
Las familias se habían lanzado a las calles, abandonando sus viviendas. Las plazas y plazuelas estaban atestadas de gente. El conjunto de aquel pueblo aterrado era imponente. La consternación estaba en todos los semblantes. Las mujeres desmayadas por el suelo. Los niños gritando y llorando. En vano los más fuertes, pálidos y haciendo de tripas corazón, infundían aliento y valor a la muchedumbre
despavorida.
Yo seguí hasta la encrucijada de la calle de la Cruz con la Fortaleza. Vivía en el mirador de la casa que forma
esquina, donde por mucho tiempo hubo en los bajos una tienda llamada La Flor de Julio.
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Los dueños de esta mercería estaban en la calle y me indicaron no subiera porque la casa estaba despedazada y el inquilino con toda la familia se había marchado a Cataño No obstante subí, tomé de mi baúl mi dinero y volví a
bajar. Observé que todos los arcos romanos del comedor de dicha casa estaban partidos y el pavimento lleno de trozos de ladrillos y es corias de las
ruinas.
Cuando volví a la calle el espectáculo era de una prolongada procesión con rumbo a Puerta de Tierra y la Marina. Se iniciaba el éxodo de la ciudad. Como la tierra había cesado de temblar la gente caminaba a paso natural. Pero a las 4 de la tarde se sacudió de nuevo el suelo y entonces el pánico se apoderó de las gentes precipitándose hacia las afueras de las
murallas.
En extramuros, bajo los copudos árboles del Paseo de Covadonga, se improvisaron tiendas de campaña. Para aquella remota época sólo había en Puerta de Tierra los barracones para la tropa y frente a la plazuela de la Lealtad una casucha de madera donde tenía una pulpería un soldado
cumplido. Todo lo demás hasta el castillo de San Gerónimo estaba cubierto de gramales y plantas
silvestres. Era el campo de ejercicio de las tropas acuarteladas en el castillo de San Cristóbal. De entonces data la urbanización de Puerta de Tierra y de Santurce como suburbios de la Capital.
Toda la noche del 18 de noviembre tembló la tierra, percibiéndose fuertes sacudidas a las 7 y a las 12. Si hubiéramos tenido un seismémetro se hubiera notado con ex actitud la prolongación del fenómeno. En los días sucesivos hubo ligera oscilación hasta el día lo. de
diciembre, a las 7 de la mañana, que volvió el suelo a sacudirse con
violencia. Después, en los días siguientes hubo algunas ligeras
oscilaciones.
En la Isla se sintió el terremoto en unos pueblos más que en otros. En Arroyo hubo un gran reflujo del mar, que llevó el pánico a sus
habitantes. Lo mismo en Ponce. En Ciales se desprendió un trozo de montaña de una altura de 80 metros, destrozando árboles y cuanto encontró a su
paso. En Coamo se inutilizó el templo católico. Lo mismo las iglesias de
Corozal, Dorado, Gurabo y Juncos. Todos los edificios de manipostería sufrieron
desperfectos. También se abrieron grietas por los campos. Casi todas las chimeneas de los ingenios quedaron
destruidas. Hasta ahora se tenían estos temblores de tierra como los más fuer
(Continúa en la página 9, eol. 6)
tes sufridos en nuestra Isla. El 3 de diciembre de 1878 experimentó la isla otro fuerte temblor de
tierra.
De usted respetuosamente,
Cayetano Coll y Tosté
Historiador de Puerto Rico.
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Tal día como hoy, del año 1867.
—dos días pués de haber ocurrido el terremoto— el gobernador de la isla don José M. Marchet dirigió al Ministro de Ultramar una carta dándole cuenta del
suceso. De aquella carta son los siguientes párrafos:
“Un terrible acontecimiento está llenando de espanto y de desolación a los desventurados habitantes de esta Isla, apenas repuetos de la dolorosa impresión causada por los desastres del último huracán. (1) Nuevo y desgarrador espectáculo que ha venido a sellar la no interrumpida serie de nuestros infortunios, y cuyos efectos estamos sintiendo continuamente, sin saber cuál será el fin de tan trágicos sucesos. —El día 18 del actual, víspera de los días de S. M. la reina (q. D. g.) a las tres menos cuarto de la tarde, reinando una calma absoluta con un día sereno, aunque excesivamente caluroso para la presente estación en la que ya suelen reinar los vientos del Norte, se sintió un fuerte temblor de la tierra con un movimiento de oscilación de noroeste a sudeste, que duró más d» 30 segundos, seguido de otro de trepidación que continuó hasta cerca de un minuto.—La sacudida fué tan enérgica y terrible que el edificio de la Real Fortaleza en que habito, y que es quizás el más só- lido de la población, se movía como un barco agitado por una mar gruesa, chocando los muebles los unos con los otros, y balanceándose. las paredes con terrible violencia.
—Inmediatamente me lancé a la calle y recorrí toda la población, ofreciéndose a mi vista el espectáculo más desgarrador: hombres y mujeres estaban por calles y plazas arrodillados en el suelo, implorando a voces la clemencia divina, mientras que la tierra sin cesar de temblar, agitaba los edificios, amenazando a cada momento sepultarnos bajo sus ruinas.— Procuré reanimar los abatidos ánimos en cuanto me fué posible, aconsejando a todos los vecinos que acampasen como pudiesen en el centro de las plazas y escampadas, y disponiendo que de todas las iglesias saliesen rogativas públicas, para dar a los ánimos los consuelo» de nuestra santa religión. —Al propio tiempo ordené que la Compañía de Ingenieros dividida en brigadas estuviese dispuesta con las herramientas en las manos, pa ra acudir donde fuese preciso, tomando igual precaución en el Presidio Provincial cuyos confinados se distribuyeron también en brigadas, para ponerse a las órdenes de los ingenieros civiles y arquitectos de la población, mientras que el Corregidor recorría constante toda la ciudad a fin de que los agentes subalternoe acudiesen a prestar auxilio al que lo necesitase
—La tierra no cesaba de temblar ni un solo instante, aunque levemente, dando de vez en cuando fuertes sacudidas que volvían a llevar la alarma y el espanto a todos los corazones.—Cuando se hubo establecido algún tanto la calma, me situé en frente de la Real Fortaleza, donde permanecí por lo que pudiera ocurrir, pues de vez en cuando se sentían sacudidas más o menos fuertes y un ruido subterrá neo imponente.
—Al anochecer se iluminó toda la población. Cuando ya reinaba algún sosiego y confianza en que el fenómeno no vol vería a reproducirse, un fuerte temblor, más fuerte que el de la tarde anterior aunque de menos duración conmovió en sus cimientos todos los edificios amenazando desplomarlos y volviendo a llenar de espanto y desolación a todo el pue blo
—Desde aquel momento no hubo sosiego posible; las sacudidas se sucedían con mucha frecuencia, la tierra no cesaba de temblar, los edificios crugian y se agrietaban por todas partes, mientras que las gentes huían despavoridas de un lado a otro implorando misericordia.—En cuanto amaneció el día 19, casi toda la población en masa emigró a los campos en donde se situó de cualquier modo, que
dando la ciudad desierta y en un silencio sepulcral.” |